(por MG, enviado especial) Rio de Janeiro es maravillosa y sorprendente. Hace poco me relataron el famoso encuentro entre Jorge Born y Galimberti en el que, gracias a los buenos oficios de Patricia Bullrich, empresario y secuestrador pudieron construir aquella gran amistad en la que los negocios primaron sobre el Síndrome de Estocolmo y otras agrias y antiguas disputas. Seguramente festejaron tomando cachaça en algún salón de Copacabana.
Rio da para esas cosas. Pero cuando ese domingo me fui tranquilamente al baño a leer la revista dominical de O Globo, la sorpresa fue tan grande que interrumpió toda actividad intestinal: en una nota sobre los restaurantes que funcionan dentro de los supermercados, detrás de un cocinero sonriente se lo puede ver a un tranquilo Mario Eduardo Firmenich comiendo sushi, en un super de Leblon.
Busqué en Internet, y los pocos testigos con los que pude hablar (tenía que volver al baño) coincidieron en que parecía la misma persona. En las fotos del google también se veía el mechón blanco y ese grano extraño a un costado de la boca.
Mirándolo en la foto, no se me va la pregunta: ¿serán esos los palitos que se trajo de Cuba?
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